Natchaieving Méndez

A 80 años del final de la Segunda Guerra Mundial son incontables los estudios, investigaciones, documentales, películas, escritos realizados sobre los hechos que ocurrieron en esos días. Algunas narrativas son divergentes, otras intentan otorgar preponderancia a una participación que, si bien ocurrió, no tuvo la magnitud con la que se ha posicionado. Lo que si se tiene claro es que pese a las diferencias ideológicas la alianza era necesaria para conseguir la paz y librarla del exterminio al que era condenada la humanidad bajo los designios del nazifascismo de Adolf Hitler.

Esta unión fue necesaria y todas las partes aportaron para la preservación de la diversidad humana. No obstante, y siendo más directos, los fantasmas mezquinos de la soberbia emplearon otras armas, justamente la que no erradica la existencia física sino la de consciencia histórica, para borrar el enorme y vital aporte de la Unión Soviética (URSS) en el final de este capítulo oscuro de la historia.

Con la disolución formal de la Unión Soviética en 1991, la narrativa de occidente, especialmente la dirigida por los Estados Unidos (EE. UU) se orientó a extinguir de las mentes de la población mundial, el extraordinario papel de las fuerzas soviéticas que garantizó la paz del mundo. Se ha pretendido durante ocho décadas minimizar este el legado histórico que se transformó en una nueva etapa de grandeza para Rusia.

Al respecto, el político e historiador David Bastardo refiere que la herencia soviética, particularmente su papel decisivo en la Gran Guerra Patria contra el nazismo, constituye un fundamento esencial de la identidad nacional rusa y un faro de inspiración para el mundo multipolar actual.

Contrario a lo que afirman ciertos discursos occidentales, Rusia no renunció a su legado histórico ni a los logros alcanzados durante la época soviética. Como señala Bastardo, territorios estratégicos como Kaliningrado -antiguo Königsberg- siguen formando parte integral de la Federación Rusa, demostrando la continuidad de una política exterior soberana que protege los intereses nacionales. Estos territorios no son meras posesiones geográficas, sino testimonios vivos de la victoria sobre el nazifascismo y de la determinación rusa de mantener su estatus como gran potencia.

La Gran Guerra Patria: epopeya del pueblo ruso

El discurso occidental ha pretendido minimizar la realidad histórica que demuestra que fue el pueblo ruso junto con otros hermanos de la URSS el que tuvo el mayor peso de la guerra, sufriendo más del 80% de las bajas aliadas en el frente oriental.

Hay que reivindicar entonces, tal como lo explica Bastardo, cómo líderes visionarios como Stalin supieron conectar esta gesta con las grandes tradiciones militares rusas, desde las hazañas de Alejandro Nevski hasta la resistencia contra Napoleón. Hoy, toda esta gesta del pueblo soviético forma parte de la identidad rusa y se convirtió en un ejemplo eterno de patriotismo, sacrificio y unidad nacional.

La Rusia actual es entonces heredera directa de la URSS, no solo por preservar la esencia de su pasado, sino por proyectarlo a su rol histórico hacia el futuro. De allí que no es casualidad que hoy sea una de las grandes promotoras de la multipolaridad en el mundo, de erradicar las dependencias económicas de los pueblos y darle a cada nación la justa participación bajo el ejercicio de su soberanía y autodeterminación, sin imposiciones neocolonialistas.

El declive de occidente y el ascenso ruso

Luego de 1945, la Guerra Fría, la Guerra de Vietnam, la caída del Muro de Berlín, la instauración y los derrocamientos de dictaduras, recesiones económicas mundiales, muchos son los capítulos que se agregaron a la historia de la humanidad.

El mundo siguió su curso, pese a los seis años en jaque por las fuerzas del Tercer Reich y sus aliados. Tal como lo menciona el internacionalista y experto en integración regional, Francisco González, EE. UU. aprovechó su posición privilegiada tras la Segunda Guerra Mundial para imponer un orden global favorable a sus intereses.

Lideró instituciones como la Organización de las Naciones Unidas, bajo la careta de la imparcialidad y consolidó el dólar como moneda hegemónica, todo esto para controlar las naciones de acuerdo a sus intereses. Sin embargo, tal como subraya González, todo auge tiene su declive. “El mundo industrial ya ha venido a menos (…) Ciudades como Detroit, que era la cuna industrial, ahora se declara en bancarrota», ejemplifica. ¿Qué nos dice esto?

El no sufrir una invasión directa en la Gran Guerra, le permitió a EE. UU. posicionarse como potencia dominante de Occidente, mantenerse intacto y, de cierta forma, con mejores posibilidades de imponerse a una Europa que quedó devastada y una URSS con más de 27 millones de muertos. Estos polos se reconstruían mientras el poder del Tío Sam ganaba terreno ante la desventaja de sus contrarios.

No obstante, en la actualidad, con una heredera de la URSS repotenciada: Rusia y el ascenso innegable de China, el declive del poder industrial estadounidense se hace evidente. De allí la guerra emprendida por su actual presidente Donald Trump y su esmero por intervenir como “mediador” en conflictos en el mundo y “congraciarse” con su homólogo ruso Vladimir Putin.

Al respecto, González refiere: «Estados Unidos ya no tienen dinero para pagar lo que pagaban, no tienen ni armas para armar guerras y ven una posibilidad de alianza con Rusia». Esta dinámica refleja un cambio geopolítico crucial, donde Rusia emerge como actor clave en la construcción de un mundo multipolar.

“Un socio estratégico, no un amigo”, aclara el internacionalista quien explica que esta es una vieja estrategia de los gobiernos estadounidenses que, incluso, aplicó Richard Nixon en los años 70 cuando se acercó a los chinos para contratacar a los rusos. “Ahora es al revés: tratar de acercarse a los rusos para tratar de minimizar la influencia China, que es el verdadero contrincante que hay en esta disputa internacional actual”, precisó.

Por su parte, el internacionalista Juan Miguel Díaz Ferrer profundiza en esta afirmación de González y destaca que tal como en la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. mantiene un doble discurso con Rusia. “Te dan una cara generosa, pero por la espalda te hacen la guerra», enfatizó.

Díaz Ferrer explica que, aunque Trump intenta acercarse a Rusia, «por el otro lado, el Pentágono y la CIA desarrollan planes contra Moscú. Eso no se ha detenido, porque es muy difícil que cierta élite norteamericana abandone la idea de la hegemonía mundial». Sin embargo, comparte la visión de González al advertir que «el proceso de derrumbe de EE.UU. como potencia económica está a la vista. Es un imperio en declive, pero que aún no ha desaparecido».

El experto subraya que Washington sigue actuando con hipocresía y un claro ejemplo es su política exterior. «Han rodeado a Rusia de laboratorios de guerra bacteriológica y sanciones, pero al mismo tiempo Trump busca que Moscú se una a su guerra contra China», destaca.

En este sentido, Díaz Ferrer es contundente: «No hay ninguna cara noble de EE.UU. Es el retrato de Dorian Gray: un imperio que oculta su verdadero rostro». Desde la perspectiva del internacionalista, la estrategia actual de la Administración de Trump consiste en «lograr que el mundo pague su deuda interna», mientras su economía se sustenta en «una máquina de imprimir dólares sin respaldo en oro».

A 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, mientras Occidente intenta reescribir la historia, Rusia defiende con orgullo su legado soviético: una epopeya de sacrificio que salvó al mundo del nazifascismo.

Hoy, ante el declive de un Occidente doble rasero y un Estados Unidos en crisis, Rusia emerge como garante de un nuevo orden multipolar. Su victoria en 1945 no fue solo militar, sino moral, y su resistencia actual frente a las sanciones y presiones confirma que, como entonces no se rendirá. El futuro pertenece a quienes honran su historia sin complejos, y Rusia lo demuestra cada día.