
Natchaieving Méndez
Para la feligresía católica, la Semana Santa es uno de los períodos más importantes del año pues representa un momento de oración, reflexión y renovación de fe. Mediante procesiones, misas, pago de promesas o penitencias, los cristianos recuerdan la pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazareth como el mayor sacrificio en la historia de la humanidad y para ella.
Esta conmemoración religiosa está inmersa en un universo de creencias, simbolismos y tradiciones, transmitidas de una generación a otra y adecuadas a las características de las localidades en las que se desarrolla.
De allí que si bien rituales establecidos y que se cumplen de acuerdo a las líneas generales de la Iglesia Católica, muchas de las expresiones de fe y el fervor variarán según la comunidad cristiana que celebra la también llamada Semana Mayor.
La primera Semana Santa
Hallar la fecha exacta de la primera vez en que se celebró la Semana Santa es una tarea titánica. La razón es que, tal como otras prácticas litúrgicas, este período surgió de forma natural, orgánica y no de una ordenanza eclesiástica. Tampoco existe algún registro oficial en algún libro litúrgico que describa o puntualice la forma en que se inició esta práctica religiosa.
Sin embargo, inmersos dentro del ecosistema digital, la referencia informativa más antigua de los actos que caracterizan esta fecha se remonta a finales del siglo IV, cerca del año 380 d.C. Se trata del relato de una viajera llamada Egeria, quien visitó Jerusalén el mencionado período.
Antes de esta fecha, específicamente en el año 325 d.C, el Concilio de Nicea había establecido el método de cálculo de la celebración de la Pascua, para unificar el momento en el que se efectuaría esta conmemoración en las diferentes comunidades cristianas. Esto conduce a pensar que para el momento ya se conmemoraba el período de los últimos días de Cristo, solo que no al mismo tiempo.
Es así como previo de las cartas de Egeria, existen algunas breves menciones de días de consagración en las Constituciones apostólicas, los sermones de sacerdotes de la Iglesia como Agustín y Juan Crisóstomo o en cartas de Atanasio de Alejandría y Dionisio El Grande. No obstante la celebración no estaba reseñada.
Fue entonces el registro de esta mujer hispana el que da un panorama sobre la celebración de la Semana Santa en los años finales al siglo IV. En un diario conodido como La peregrinación de Egeria, la creyente le cuenta de forma detallada a sus hermanas en España, sus experiencias en el viaje que hizo durante tres años por Egipto, Israel, Palestina y Siria. En este relato incluye cómo se celebraba la Semana Santa en la Jerusalén de la época que vivió y describe los rituales que se realizaban cada día.
De acuerdo al relato de Egeria, durante el Domingo de Ramos había una procesión simbólica que recreaba la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Un obispo representaba a Cristo y los fieles portaban ramos de olivos y palmas.
La semana continuaba con rituales solemnes desde el lunes hasta el miércoles, en los que se cantaban himnos, se leían lecciones del Evangelio y se conmemoraban momentos clave de la Pasión, como la traición de Judas que generaba fuertes emociones entre los participantes.
Los dos días que Egeria describía con más intensidad era el Jueves y Viernes Santo. El primero estaba marcado por la celebración de la comunión, una vigilia en el monte de los Olivos rememorando la captura de Jesús y la culminación del día con himnos y lecturas en Getsemaní. En el segundo día, se veneraba la cruz, una reliquia atribuida a Elena madre de Constantino, con un rito que incluía besar el madero sagrado con profunda reverencia.
Seguidamente, el Sábado Santo y Domingo de Resurrección se culminaba la Semana Santa con lecturas, himnos y servicios habituales. Destacaba en estos días el pasaje de Tomás el incrédulo.
Diferentes religiones intensiones similares
Tal como muestra el relato de Egeria, en el siglo IV existan ciertos rituales que en la actualidad permanecen. Ahora bien, si se desea profundizar más una interrogante salta en el pensamiento: ¿de dónde surgieron estas prácticas?
Encontrar la respuesta es muy difícil, por no decir imposible, de precisar; no obstante, lo que sí puede establecerse es la relación con otra creencia religiosa existente antes de la época de Cristo como es el judaísmo.
Por su puesto estimado lector, cada religión tiene su historia, particularidad y filosofía, pero es innegable que entre la Pascua judía o el Pésaj y la cristiana que evoca el sacrificio de Cristo, existe una conexión que parte desde las raíces históricas, hasta los motivos que impulsa la celebración de ambos períodos.
Mucho antes de la aparición de Jesucristo, el pueblo judío conmemoraba el Pésaj que tiene su basamento en el Antiguo Testamento. En esta fecha se recuerda cuando Moisés llevó a los israelitas fuera de Egipto para liberarlo de la esclavitud a la que era sometido por los faraones y las plagas que habían caido sobre este pueblo.
La celebración incluía inicialmente el sacrificio de un cordero en la cena ritual. Esta última se mantiene y es conocida como Séder, en ella se relata la historia del Éxodo y se consumen alimentos como el matzá (pan sin levadura), hierbas amargas y otros elementos. La festividad era practicada por los judíos en tiempos bíblicos, incluidos aquellos que vivían en la época de Jesús, muestra de ello es la Última Cena.
Una vinculación entre la celebración judía y la cristiana es que las dos comparten un mensaje profundo de renovación, liberación y esperanza. Además, en la primera, el sacrificio del cordero en Pésaj es un símbolo reinterpretado luego por el catolicismo, que asume la pasión y muerte de Cristo como el «Cordero de Dios» que se sacrifica para librar al mundo de los pecados.
Tanto en el Pésaj como en la Semana Santa cristiana, la sangre del cordero es símbolo de salvación y protección divina. En los judíos se menciona cuando los israelitas marcaron sus puertas con la sangre del cordero para que la plaga de la muerte pasara de largo; para los cristianos la sangre de Cristo derramada en la crucifixión purificó las almas.
Tal como se mencionó anteriormente, las tradiciones de la celebración judía tuvieron incidencia en algunas prácticas de la Semana Mayor. En la Pascua de los judíos, estos comen pan sin levadura que recuerda la salida apresurada de Egipto sin tiempo para hacer que la masa levantara. En el cristianismo, justo en el acto de Transustanciación, se recuerda la Última Cena de Jesús. Cuando él parte el pan como símbolo de su sacrificio se da una reinterpretación de clara de la comida pascual judía. Esto demuestra una continuidad entre la tradición judía en los ritos cristianos.
Además, en las dos festividades, el aspecto comunitario y el recuerdo de un acontecimiento central son esenciales para el significado religioso y cultural. En este sentido, es importante recalcar que la Pascua judía no solo antecede a la cristiana, su conocimiento también ayuda a entender el contexto en el que se originaron los rituales de la Semana Santa.
Sacrificio para la redención
Pero el sacrificio no es solo es propio del judaísmo y posteriormente del cristianismo, otras tendencias religiosas incluyen en su cosmovisión de la espiritualidad la ofrenda, la entrega voluntaria de algo valioso como muestra de devoción y agradecimiento hacia una entidad superior.
En el islam, por ejemplo, el mes de Ramadán se inicia con un ayuno, es decir, un tiempo en el que los musulmanes se abstienen de comer, beber, fumar y tener relaciones sexuales desde que amanece hasta que anochece. Este lapso va acompañado de oración, reflexión, actos de bondad y busca la purificación espiritual y la empatía hacia el prójimo. Esta práctica también se evidencia en el tiempo pascual en el cristianismo, teniendo para algunas culturas mayor fuerza el Viernes Santo.
Además, en el islam se recuerda con procesiones y rituales el martirio de Imam Hussein en la batalla de Karbala. En este acto ritual, además de simbolizar la lucha por la verdad y la justicia, es expresado con un sentido de duelo, reflexión y esperanza lo que de alguna forma enlaza con la creencia cristiana.
Otra religión que tiene un punto de conexión con la Semana Santa es el budismo que, aunque pertenece a una tradición y creencia muy diferente, bajo su percepción se valora el sentido de la renuncia y la entrega como formas de alcanzar la iluminación y el bienestar de todos los seres. Tanto es así, que muchas comunidades budistas aprovechan este tiempo cristiano instaurado como estructura de funcionamiento de muchas sociedades, para la meditación, la introspección, el recogimiento, la transformación personal, que de alguna forma también invita la Semana Mayor basados en las enseñanzas de Cristo.
Lo cierto es que la Semana Santa, desde la fe y la esencia religiosa, es una oportunidad para la transformación del hombre y la mujer a través de la oración, la reflexión y el recuerdo de la entrega del hijo de Dios por la humanidad, el mayor símbolo de amor y desapego de lo personal por el bien colectivo.
Más allá de una semana de descanso y de un momento de disfrute, indiferentemente de la creencia, estos días son una oportunidad para hacer un alto y reorientar nuestra acción hacia los valores del amor, la convivencia, la unión, de ser cada vez mejores, no solo por el bienestar individual, sino también de la humanidad.