
Natchaieving Méndez
Quizás alguien como yo con una visión algo simplista del entorno, ha notado que tal como se reduce la paleta de colores en el paisaje cotidiano, las formas de las edificaciones cada día se parecen más a una clase de dibujo técnico de trazado de líneas y figuras geométricas. Ahora no solamente el mundo se ve más en tonos color tierra, gris, blanco o negro, también las construcciones son más similares al mundo de los videojuegos: planos, caminos rectos, casas que parecen una “caja de zapatos”.
El asunto no es tan simple, va más allá y tiene una profundidad que trasciende a lo que se ve en la corteza citadina, tiene que ver con la estructuración del pensamiento humano de acuerdo a su interacción y a la época en la que vive.
Fabiola Velasco, arquitecta, investigadora y doctora en Patrimonio Cultural, lo explica muy claro, destaca que la arquitectura, como “una de las artes más antiguas de la humanidad”, siempre ha respondido al orden y adaptabilidad del entorno en el que se desarrolla, por lo que su variación obedece a razones más complejas.
“Entre la estética y la funcionalidad integradas al conocimiento del diseño, la ingeniería y el urbanismo, se crean los espacios y edificios para satisfacer las necesidades humanas. Todo esto va de la mano del momento histórico donde se produce el hecho arquitectónico, es decir, también da respuesta a la trama de relaciones sociales, políticas y culturales propias de la sociedad en general a la cual se proyecta”, resalta.
De allí, refiere, el lenguaje arquitectónico responde a circunstancias que traspasan “lo bonito” que alguien puede buscar en una construcción. La estética y la forma de las edificaciones se dibujan desde el contexto, el tiempo y la intención en la que son concebidas.
“Las civilizaciones representan su cosmogonía a través de símbolos, donde la arquitectura sirve como medio para expresarlos y comunicarlo”, recalca Velasco al recordar que lo que hasta la actualidad de este lado del charco nuestroamericano hemos conocido arquitectónicamente, responde a un patrón globalizado. Esta línea fue importada a raíz de la invasión española que comenzó en 1492, por lo tanto, recalca, se expresa bajo “el modelo eurocéntrico y desde la experiencia histórica de la mal llamada historia universal”.
Sin embargo, lo que hemos visto en edificaciones de la época colonial, no solo es resultado de la influencia española, esta a su vez, es una consecuencia de concepciones del espacio de los griegos, egipcios, romanos, árabes, entre otras civilizaciones que han transformado constantemente el pensamiento cultural.
La arquitecta destaca el movimiento Barroco desarrollado en entre los siglos XVI y XVII, cuando se daba preponderancia a lo exuberante, al dramatismo y al movimiento. Estas características se presentan en los edificios antiguos cargados de ornamentos. Pero tal como todo en la vida, las artes, el lenguaje con el que nos expresamos va cambiando y es testigo de un tiempo, una forma de vida y un pensamiento.
De lo bello al pensamiento utilitario
Entonces llegamos a las construcciones edificadas en el siglo XX y allí nos percatamos cómo este siglo cambió y la dinámica social varió radicalmente. La innovación tecnológica, el uso de nuevos materiales y las ideas contemporáneas transformaron una estética que buscaba otros lenguajes de expresión, así lo enfatiza Velasco.
“Uno diseña y proyecta con la idea que la obra trascienda, se mantenga por siglos, que sea útil. Creo que el problema obedece al campo de la industria de la construcción, cuando la razón en sí misma de la construcción se mide solamente desde el punto de vista del mercado, por los costos de los metros cuadrados de construcción y la ganancia”, mencionó.
La arquitecta resalta que cuando se concibe una vivienda, se parte de la concepción de cómo se quiere vivir y cuál es su ideal de bienestar. No obstante, aclara, el mercado inmobiliario impone parámetros que son orientados desde la visión de la ganancia, el capital que muchas veces no coincide con estas concepciones previas.
Esta realidad, precisa la especialista, se evidencia principalmente en las ciudades con alta densidad poblacional y se repite en todas las metrópolis del mundo. Este contexto en el que la visión de la arquitectura busca “la simplificación de las formas, la ausencia de ornamentación y sobre todo un enfoque muy funcional”, existe desde principios del siglo XX, puntualiza.
De esta forma, la ciudad se dividió en zonas comerciales, residenciales, industriales, etc., que en su momento resultaba funcional para la organización territorial. Todo esto se desarrolló “con una sobrevaloración del valor de las tierras urbanas y su rentabilidad. Mientras ocupo un terreno con más densidad, mayor va a ser la plusvalía”, detalla la investigadora.
Esta idea capitalista, explica Velasco, en vez de desarrollar conjuntos de baja densidad para el disfrute cotidiano, utiliza el territorio densificándolo al máximo mediante el empleo de edificios de altura y apartamentos pequeños para aumentar la oferta.
Todo lo anterior da una pincelada del complejo entramado que desembocó en el paisaje urbanístico que actualmente se conoce. La transición de una arquitectura exuberante, cargada de símbolos y ornamentos, hacia una estética minimalista y utilitaria no es solo una evolución técnica o estilística: es el reflejo de un cambio profundo en el pensamiento que organiza nuestras ciudades.
Lo que antes se diseñaba para el disfrute, la trascendencia y el vínculo con el entorno, hoy se proyecta desde la lógica del mercado, donde el valor de la tierra y la rentabilidad dictan las formas.
La simplificación de las líneas, la repetición de estructuras geométricas, la reducción cromática y la densificación del espacio responden a una visión capitalista que prioriza la ocupación máxima del territorio por encima del bienestar cotidiano. Las edificaciones ya no se piensan como hogar simbólico, sino como respuesta rápida a una demanda básica: tener techo, aunque sea en una caja de zapatos.
Así, la arquitectura deja de ser lenguaje de identidad y se convierte en producto y en ese tránsito, lo que se pierde no es solo el ornamento, sino la posibilidad de imaginar espacios que celebren la vida, la diversidad y el buen vivir.

