Parece insólito, pero uno de los sitios que más me gustaba recorrer de niña era el Cementerio General del Sur, en Caracas. Tal vez era ese aire mágico, antiguo y oculto que envuelve a esta necrópolis de 246 hectáreas que fue inaugurada el 5 de julio de 1876 por el entonces presidente Antonio Guzmán Blanco.

Lo recuerdo especialmente cada 2 de noviembre, Día de los Muertos, cuando este espacio era uno de los más concurridos de la ciudad. Mi bisabuela materna fue enterrada inicialmente cerca del sector llamado La Peste, donde eran sepultados los más pobres. El nombre le fue puesto porque allí se colocaron fosas comunes para quienes fallecieron a causa de la gripe española a principios del siglo XX. Más tarde, otra “peste”, la de la injusticia asesina de aquel 27 y 28 febrero de 1989, ratificaría la denominación.

También visitábamos la tumba de una prima que murió muy joven, cuyos restos fueron resguardados por un tiempo en los llamados nichos: pequeños bloques ubicados en un sector también apartado por lo que debíamos atravesar el cementerio. Entonces, durante el trayecto, mi abuela me indicaba: “hacia allá está el sector de ´La Artista´”, “por acá está el malandro Ismael”, “donde ves a esas personas, es la tumba de María Francia, la de los estudiantes, y allí enterraron a los bomberos que murieron en la tragedia de Tacoa”.

Pero lo que más me fascinaba eran las historias de quienes limpiaban las tumbas y buscaban el agua para las flores. También me atraía ver las esculturas de diferentes tamaños y formas; algunas parecían personas inmóviles pintadas de blanco. Sus rostros expresaban el dolor, la nostalgia, la resignación de quien ha aceptado el fin de un destino. “Ese pelotero nos hizo ganar un campeonato mundial”, decía mi vieja cuando llegábamos a la tumba en la que se erigía una estatua del pelotero José Pérez Colmenares que la encontrábamos al recorrer otras zonas cuando ya nos íbamos de regreso a casa.

De esta manera aprendí que los cementerios son el testigo de que alguna vez existieron quienes ahora son recuerdo, emoción, historia importante que marcó un tiempo personal o colectivo. En general, son la memoria de un país, incluso en la manera cómo están construidos, diseñados.

Museo a cielo abierto entre árboles y flores

Con el tiempo me he percatado que muchos camposantos son impersonales. Algunos parecen un tablero de ajedrez en un jardín extenso; otros son como un bosque de capillas que internamente guardan los tesoros de una familia, en el Cementerio General del Sur todo es diferente.

Este espacio es una prueba fehaciente de la diversidad que existe en el país, especialmente, en su capital y las diferentes épocas ha transitado. En este espacio que otrora fue una hacienda llamada Tierra de Jugo, de la ahora parroquia Prado de María, se guardan los restos mortales de cientos de personas: venezolanos, extranjeros, presidentes, deportistas, artistas, líderes sociales y hasta personas comunes que luego de trascender hacen milagros.

Pero además de este valor de quienes allí yacen, en este sitio se encuentran más de 100 esculturas de gran valor artístico, algunas de ellas en estado de grave deterioro a causa de la ignorancia de los profanadores de tumbas, el paso de los años y la falta de una política clara para el mantenimiento de este patrimonio funerario declarado Monumento Histórico Nacional en 1982.

Cuando Guzmán Blanco decidió agrupar los más de 25 cementerios que existían en Caracas en este terreno, lo ideó al estilo europeo, estableciendo divisiones con calles, avenidas, cuarteles, siembra de cipreses y una distribución estratégica para ubicar las tumbas de los difuntos. Esto último no solamente tuvo como fin no herir las susceptibilidades religiosas predominantes de la época, sino también diferenciaba las clases sociales aun después de la muerte.

No obstante, aunque existía un diseño establecido, no había un reglamento que regulara cómo debían adornarse o diferenciarse las fosas. Esta ausencia dio libertad a las familias de honrar a sus difuntos con símbolos significativos como cruces, lápidas, esculturas, panteones, algunos más suntuosos que otros, dependiendo de su poder adquisitivo.

Esta característica promovió el auge del arte funerario, pues la idea era captar el espíritu de quien había fallecido o lo que significaba para sus deudos. Es por ello que en este camposanto aun se observan bustos hechos en mármol con impecable técnica escultórica o figuras de ángeles o mujeres en piedra que son sorprendentes por los detalles en ropas, rostros, manos.

Así, en esta necrópolis caraqueña pueden encontrarse obras de escultores famosos como Pietro Ceccarelli, Julio Roversi, Chellini, Francisco Pigna, Ventura, Morini, Lorenzo González, Federico Fabiani, Andrés Pérez Mujica, Emilio Gariboldi, Francisco Narváez, Luis Malaussena, entre otros.

Al respecto, el portal oficial IAM Venezuela cita al profesor e investigador Rafael Cartay, para explicar el porqué del arte en los cementerios. “El monumento funerario capturaba el espíritu del fallecido y lo dejaba expuesto en piedra permanente a las generaciones futuras (…) algo de eso tenían nuestros monumentos funerarios, que eran en realidad, casi siempre copias de monumentos existentes en los cementerios de Milán, Génova y de otros del norte de Italia, ordenados a firmas establecidas en Caracas”, refirió el investigador.

En este sentido, me viene a la mente una tumba que siempre recuerdo y es la de una novia con una culebra en sus pies. Un cuidador me comentó que esta escultura se hizo porque fue la manera en la que murió la muchacha que allí estaba enterrada, un relato de los tantos que forman parte de la tradición oral que existe sobre estos espacios. Los custodios saben los secretos de los difuntos antes y después de su muerte.

De esta manera, cada escultura, más allá de la belleza, tiene un significado simbólico que narra no solo la vida del fallecido, sino lo que ocurrió después de su deceso. Es el caso del pilar agrietado o partido que frecuentemente se encuentra en las tumbas de los cementerios. Una explicación es que cuando el pilar aparece completamente partido, no solo se refiere a una vida interrumpida, sino que también puede significar la fractura de una estructura familiar.

En muchos casos, el pilar partido representa la pérdida del sostén, del ser que mantenía unido el tejido afectivo y cotidiano del hogar. El símbolo evoca una ruptura que va más allá de lo físico: señala el quiebre emocional de quienes quedan, la reconfiguración forzada de vínculos y roles. El pilar roto se convierte en metáfora de ausencia, de vacío estructural, y de la memoria que intenta sostenerse entre los escombros del duelo.

Las calaveras todas blancas son…

Sí, es parte de una canción del género salsa popularizada por nuestro gran intérprete, Orlando Castillo “Watussi”, y es toda una realidad. En el cementerio, aunque las esculturas marquen la diferencia de clase o creencia, al final, todos comparten espacio, incluso, las lamentables profanaciones.

Tal como se dijo anteriormente, cuando el Cementerio General del Sur fue creado, en Caracas existían al menos 25 camposantos en diferentes sectores, la mayoría estaban junto a los templos principales. Una de las características de Guzmán Blanco fue su pelea con la Iglesia Católica pues esta quería interferir en asuntos del Estado y una de las exigencias de esta institución era no enterrar con los cristianos a quienes no practicaban esta religión. Por ello, existían cementerios de mormones, judíos, entre otros.

Al unificar todos estos sitios de reposo, en el Cementerio General del Sur se crearon sectores en los que se enterraban de acuerdo a las creencias. Por ello, existen zonas en las que se pueden evidenciar sepulturas de grupos sefarditas, ortodoxos, masones, musulmanes, incluso, existe un panteón egipcio, cuyo dueño y origen es desconocido, y destaca por la simbología faraónica, con columnas y relieves que evocan la estética ancestral del Medio Oriente, asociada a la eternidad, el poder y el tránsito espiritual.

En cuanto a los grupos sociales se pueden encontrar junto a las tumbas de los humildes, los panteones de familias adineradas y personajes de referencia histórica. En este sitio fueron enterrados desde los sobrinos del Libertador Simón Bolívar (Anacleto Clemente Bolívar y Fernando Simón Bolívar), hasta líderes, políticos e intelectuales como Pablo Rojas Paúl, Andueza Palacios, Ignacio Andrade, Pérez Bonalde, Isaías Medina Angarita, Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, Carlos Delgado Chalbaud y muchos otros.

Pero, sin duda, uno de los mausoleos emblemáticos del Cementerio General del Sur es el del expresidente Joaquín Crespo, una de las estructuras funerarias más imponentes y simbólicas de este camposanto. Su arquitectura monumental, las columnas, vitrales y los detalles ornamentales, muestran no solo el poder que ostentó este político, sino también su vínculo con la masonería, cuyas influencias simbólicas se perciben en la disposición del espacio y los elementos decorativos. Lamentablemente, todo esto fue violentado, y sus restos, como los de su esposa, hijos y padres, fueron sustraídos.

Entre el silencio y la memoria colectiva

Tal como lo refieren expertos en el área, el patrimonio funerario es una expresión en la que confluye la memoria, la espiritualidad, el arte, todo lo material e inmaterial relacionado con la muerte. Es así como desde objetos hasta mausoleos expresan la visión que una sociedad tiene frente al ciclo de la vida y lo que hay luego de ella de acuerdo a las épocas.

Esta curiosidad de conocer la historia y los aspectos existenciales que tiene una sociedad sobre el fin del ciclo vital ha impulsado el turismo funerario. El también conocido como necroturismo revela nuevas formas de conexión de una población con su pasado a través de lo íntimo, lo simbólico y la reflexión que un camposanto pueda generar.

La práctica turística del estudio del patrimonio funerario no es algo nuevo, existen diversos países en el mundo cuyos cementerios son uno de los primeros puntos referenciales que un turista visita. Es así como el Cementerio de Montmartre y el Père-Lachaise (París), la Necrópolis Cristóbal Colón en La Habana, el Skogskyrkogården en Estocolmo, la Recoleta en Argentina y el Monumental de Milán en Italia son conocidos como la última morada de personajes célebres de las artes, la literatura, la política, además revelan la percepción hacia lo que hay después de la vida y su significado.

En Venezuela existe potencial para este tipo de turismo que ha sido poco valorado. No solamente el Cementerio General del Sur en Caracas es un tesoro histórico, sino también otros espacios como el cementerio El Cuadrado en Maracaibo, el de San Cristóbal en Táchira, entre otros que resaltan por la tradición oral y todo el patrimonio funerario que poseen. Lamentablemente, la falta de políticas educativas y contundentes sobre la conservación de este tipo de patrimonio ha facilitado que los profanadores de tumbas, progresivamente, destruyan estos espacios de gran valor social.

Si bien existen algunas iniciativas como el Cementerio Patrimonial Independencia en Yaracuy para poner en valor social el significado de los camposantos para el colectivo, aún falta mucho trabajo por resolver, lo cual debe asumirse de forma rápida ante la devastación inclemente y la ignorancia sobre la materia que, incluso, funcionarios tienen al respecto.

Preservar el patrimonio funerario es conservar la historia desde sus silencios, sus símbolos y sus rituales, reconociendo que la muerte también es parte de la vida social y que los cementerios son territorios de resistencia, identidad y dignidad.

Cada Día de los Muertos recuerda que la memoria no se entierra: se cultiva. En donde el mármol dialoga con el silencio y las flores con el tiempo, la muerte deja de ser ausencia para convertirse en relato, porque en cada epitafio, en cada símbolo funerario, late una historia que aún quiere ser contada. Es difícil reconocernos como sociedad si no conocemos nuestras raíces y destruimos los testigos de épocas pasadas. Si el desinterés gana terreno, entonces estaremos condenados a vivir desarraigados con las versiones que otros, desde su conveniencia, nos cuenten del pasado.

T/Natchaieving Méndez