Natcha Méndez.- La alimentación es un elemento esencial de la vida y también, por décadas, un arma poderosa de dominación a manos de los llamados países industrializados. Bien lo expresaría el estadounidense Henry Alfred Kissinger: “controla los alimentos y controlarás a la gente, controla el petróleo y controlarás las naciones, controla el dinero y controlarás el mundo”, un principio que su país natal asumió al pie de la letra.

Políticas convenientes, marketing engañoso y la indiscriminada sostenida transculturación son parte de las estrategias empleadas por estas grandes potencias para dominar a las naciones del mundo.
A esto se le suma una realidad tan cierta como el sol que ilumina: las grandes industrias alimentarias ejercen un control significativo sobre la cadena de producción y distribución. Desde las semillas hasta el supermercado, las transnacionales de la alimentación tienen una fuerte influencia en el alimento que se consume en cerca del 90 % de los hogares del mundo. Las patentes de semillas y la concentración de la propiedad agrícola son ejemplos de cómo se establece este dominio.

Dominio progresivo

Al revisar la historia de los países dominados, el esquema es el mismo: instaurar una idea cultural, crear la necesidad, ofrecer la solución que solo unos pocos poseen. En el área de la alimentación (también en la industria farmacéutica, pero eso es harina de otro costal) la dominación parte de una desvaloración de los patrones alimentarios originarios y la sustitución por otro que ofrece los “nutrientes” requeridos. Además, la facilidad de conservación y preparación, adaptado a los nuevos tiempos también es un factor determinante.

Basta citar un ejemplo. Transcurrían los primeros años del siglo XX en Venezuela y dos hechos cambiaron no solamente la economía del país, también la cultura alimenticia de su población. Tras la crisis del café, primer rubro de exportación para la época, y la explotación del primer pozo de petróleo en Zumaque, Táchira, los patrones de vida de los venezolanos cambiaron para siempre.

Con la llegada de la Creole Company y la Shell, también llegó al país personal especializado en el área petrolera y con ellos una nueva forma de vida adaptada al modernismo y a la concentración de la población en las principales ciudades. El ritmo de vida cada vez más acelerado exigía, entonces, alimentos fáciles y rápidos para su procesamiento.

La población que migraba del campo a las principales ciudades, pronto imitó y asumió otra cultura y con ello una forma diferente de alimentación industrializada, sedentaria y procesada. Refiere Aguirre (2010) en su artículo Ricos flacos, Gordos pobres, que la inclusión ahora de los alimentos conservados en latas, vidrios, al vacío, fáciles para su compra y venta en cualquier mercado, ocuparon a partir de ese momento un lugar predominante en la mesa.

De allí que una arepa elaborada con maíz pilado pasaría a prepararse con harina procesada, pues esta última podía conservarse y prepararse fácilmente, desplazando así la práctica ancestral de lado, libre de perseverantes químicos que a la larga ocasionan problemas a la salud.

Normas condicionadas

Si bien en el mundo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) son los principales organismos encargados de establecer las normas alimentarias internacionales, los países industrializados tienen gran participación en la creación de estas directrices que afectan a todos los países.

El impulso de la agricultura industrial y la agroexportación impulsado por estas instancias, se desarrolla en forma desigual con una competencia entre empresas con grandes recursos y acceso al mercado internacional y agricultores y productores locales que apenas cuentan con los insumos de producción y distribución.

Un ejemplo en América Latina es la producción de soya en Brasil, que llega a 114 millones de toneladas y ocupa 35% en el mundo. Esta producción masiva está dominada por grandes empresas que cuentan con los recursos económicos para invertir en tecnología y prácticas agrícolas masiva “más saludables”, parámetros establecidos por la FAO y la OMS para la comercialización industrial. Esto invisibiliza la producción local y la coloca en desventaja para dar a conocer su producto y competir.

En este sentido, puede evidenciarse que se condiciona a la comercialización, distribución y compra de productos específicos o alineados con los intereses de las naciones donantes. Esto puede afectar la soberanía alimentaria de los países receptores.

Marketing alimenticio

Una de las ventajas que tienen los países industrializados y sus grandes empresas de producción de alimentos es la capacidad de invertir millones en publicidad y promoción. A través de campañas ingeniosas, influyen y crean preferencias y hábitos de consumo.
Esta realidad no se limita a los anuncios publicitarios, la inversión llega al financiamiento de películas, series y productos de la industria del entretenimiento, con la intención de generar influencia a través de la publicidad por emplazamiento y de esta manera posicionar el producto, así como hábitos alimenticios que en su mayoría no son saludables.

Es así como a través de la publicidad se posiciona en la psiquis colectiva el consumo de bebidas azucaradas y alimentos ultraprocesados de reconocidas marcas como sinónimo de felicidad, éxito, estatus, lo cual no solamente desplaza a los alimentos frescos y locales, también genera adicción en los consumidores.

Alto costo ambiental

Un aspecto que no puede dejarse de lado es que la producción masiva de alimentos puede generar un alto impacto ambiental. Estados Unidos, por ejemplo, es uno de los mayores productores y exportadores de alimentos como el maíz y la soya. Para ello utiliza grandes cantidades de fertilizantes y pesticidas químicos que contaminan el suelo y las aguas, así como aumentan los gases invernaderos en la atmósfera, que contribuye al calentamiento global.

Brasil con la desforestación masiva en la Amazonía, China con el excesivo uso de agua y fertilizantes, países de la Unión Europea como Francia y Alemania con la mala gestión de los residuos de animales, todos estos países generan gran impacto en la degradación ambiental.

El reconocimiento de las estrategias para la producción y distribución de alimentos, así como la inducción de la demanda es importante para cuestionar las prácticas inadecuadas y buscar alternativas más justas y sostenibles. Al final, la solución siempre estará en la consciencia de los consumidores y su voluntad para exigir a sus gobiernos estrategias más sanas, sostenibles y autosustentables. ¿Seguimos como los peces muriendo por la boca o nos emancipamos para preservar la vida?