Natchaieving Méndez

El amor por la montaña no es cualquier cosa, hay que sentirlo para entenderlo. No se trata de una moda, tampoco de una tendencia “casi” religiosa; aunque pudiese decirse que la conexión cuando se recorren por los caminos de tierra, rodeados de árboles que filtran la luz y resguardan la temperatura, es realmente es una experiencia mágica que transforma hasta quien ha arrojado su alegría al voladero de la tristeza.

Esta experiencia, acrecentada con la fe y la espiritualidad, es la que se vive desde hace más de dos siglos en los estados Miranda y Nueva Esparta. Previo al Domingo de Ramos, cientos de personas se adentran en los laberintos verdes y susurrantes de los cerros Warairarepano y Copey para buscar la Palma Bendita, una tradición que da inicio a la Semana Santa y que en 2019 ingresó a la lista representativa de Patrimonios Culturales Inmateriales de la Humanidad, en su categoría de Buenas Prácticas.

La tradición de la Palma Bendita va más allá que rememorar el pasaje de la Biblia en el que Jesús de Nazareth, entró a Jerusalén y fue recibido por decenas de personas que extendían sus mantos en el camino y agitaban ramas de palma proclamando la llegada del Mesías. Esta manifestación es producto de la unión de creencias, la resignificación de la espiritualidad y el contacto con la naturaleza.

Representa una oportunidad religiosa de estar en contacto con la energía de la montaña. Reencontrarse la conexión mágica espiritual con la naturaleza que los primeros pobladores de estas tierras tenían como principio de vida. Un viaje desde lo interno, pero a la vez una vinculación con un saber ancestral que va pasando por generaciones y define lo que somos, lejos de las diferencias de crianza puedan establecerse. Un patrimonio de fe y devoción.

Fervor ancestral por la montaña

En 2020, en plena pandemia, en una entrevista para la Red de patrimonio de Venezuela, Richard Delgado, coordinador para el momento de los Palmeros de Chacao, relataba su fervor al Warairarepano. Su percepción de la montaña, parte la Cordillera de la Costa en el centro-norte de Venezuela, era como un ente vivo. Un cofre natural que resguardaba las palmas, el símbolo de fe que por generaciones ha definido su cosmovisión de la vida.

“Allá arriba (la palma) vio a mis abuelos, mis tatarabuelos, vio a todos los palmeros que han pasado antes. Han sido testigo todos esos árboles, con los monos araguatos que son nuestros hermanos que han pasado de generaciones (…) las aves que están allá arriba son nuestras hermanas, esas convivencias en la montaña es la que añoramos los palmeros”, relataba con cierta nostalgia pues, en ese momento debido al aislamiento necesario por el Covid 19, no todos los palmeros podían subir a cumplir la tradición.

Aunque, tal como se ha mencionado anteriormente, esta manifestación evoca un hecho de la religión Católica, su forma de percibirla recuerda el fervor que los indígenas profesaban a la naturaleza. Es así como desde esta visión la montaña es un ser con vida, poderes sobrenaturales y quienes fallecen retornan a ella y se mantienen energéticamente entre estos bosques.

“En el plano del Dios creador, de poderes ilimitados de la palma bendita, ahorita esos palmeros que pasaron el plano, que nosotros no les llamamos Palmeros fallecidos, sino Muñecos protectores de la montaña, están ahorita cumpliendo con la misión, con el Dios creador y ya ellos están podando esas palmas, y para nosotros es así”, reflexionaba Delgado.

No obstante, tal como se ha reiterado, la manifestación es impulsada en el país por la Iglesia Católica. Hace 249 años, el padre José Antonio Mohedano, párroco de Chacao, conmovido por la peste que aquejaba al país, solicitó a los peones de las haciendas que subieran al cerro Ávila a buscar palmas como señal de promesa y una forma de recibir a Dios.

“En esa promesa subieron los porteadores y mientras la gente se quedó orando aquí, las familias, las mujeres, colocaron las cruces en las casas porque las oraciones eran a la Entrada Triunfal de Jesús ¿Adónde? A las casas ¿Cómo? Resucitado, que es lo que significa la Palma Bendita: un Jesús resucitado, porque no está crucificado, no vas a ver un símbolo de Jesús en una cruz de palma bendita, es la entrada triunfal de Jesús en las casas que es la sanación y esa es la promesa y la fe que nosotros tenemos a nuestra montaña sagrada que es la que estamos practicando ahorita en este momento”, explicó Delgado.

Para este palmero existe una estrecha relación simbiótica entre sus ancestros, la fe, la montaña y Dios creador. Describió esta energía como un magnetismo tan fuerte que es inseparable e inagotable pese a circunstancias como la que ocurrieron durante la pandemia cuando se les dificultó seguir los rituales establecidos por la tradición, pero igualmente se cumplió la distribución de la palma, en aquel momento a los centros de salud.

Buenas prácticas para la preservación del patrimonio

Desde el lenguaje científico, la palma pertenece a la familia Arecaceae, también conocida como palmae. Tiene diversos géneros y el que es empleado para la tradición patrimonial se denomina Ceroxylon. Crecen en altitudes mayores a los 1.500 metros y menores de 4 mil metros sobre el nivel del mar. Además, pueden elevarse entre los 10 y 30 metros de altura.

Por muchos años, los incendios forestales en la temporada de sequía, sumado a la práctica de cortar desde la raíz la palma y no tener un plan de reforestación, no solamente pusieron en riesgo la especie, sino además el mantener esta tradición que además encierra una dinámica de interacción social y cultural propia de las localidades que la practican.

Es por ello que autoridades del Instituto Nacional de Parques (Inparques), junto con expertos en conservación, los palmeros y las comunidades desarrollaron un programa biocultural, que fue reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, las Ciencias y la Cultura (Unesco).

Desde esta línea, los palmeros comenzaron a podar la planta en lugar de cortarla por completo. Además, estudiaron el ciclo de vida de la planta y tomaron como medida treparla para extraer un número de hojas controladas.

Es así que, durante todo el año, se les puede encontrar en los caminos del Warairarepano, frecuentado por senderistas, sembrando palmas y controlando las ya existentes. Una característica es la gran cantidad de jóvenes y niños que asisten con adultos, hombres y mujeres, identificados como Asociación Civil Ecológica Los Palmeros de Chacao, creada en 1962 y declarados Patrimonio Cultural Municipal en 1999.

Esto es parte del programa biocultural reconocido por la Unesco. A los jóvenes y niños se les enseña cómo sembrar las palmas pequeñas para reforestar y preservar la especie.

Palmeros: fe, tradición y comunidad

El Viernes de Concilio, los palmeros ascienden al Warairarepano y al cerro Copey en Nueva Esparta. Previo a esta subida de las montañas reciben la bendición durante una ceremonia religiosa.

En el camino, aquellos con más edad y trayectoria tanto en la cofradía de Palmeros de Chacao (Miranda), como los Asuntinos y los de El Valle del Espíritu Santo (ambos de Nueva Esparta) son los guías. Estos portadores de la manifestación hacen paradas en diferentes puntos, cuentan historias y transmiten lo que ellos aprendieron de sus antecesores.

Una vez realizada la poda de forma cuidadosa, el sábado descienden y se entregan las palmas a la iglesia. En el caso de los Palmeros de Chacao, a su llegada del Ávila son recibidos con algarabía por los feligreses, así como cultores y otras manifestaciones culturales patrimoniales del estado Miranda. Es un momento de regocijo y disfrute desde la cultura y la tradición.

En la misa del Domingo de Ramos, las palmas son bendecidas y entregadas a la feligresía quienes, generalmente, hacen cruces que colocan en las puertas de sus casas como señal de bendición y recibimiento de Cristo vivo.

En la resolución de la Unesco se resalta que este programa de los Palmeros de Venezuela es “un buen ejemplo de cooperación y colaboración entre las comunidades y un gran número de instituciones públicas en el país, así como universidades y organizaciones no gubernamentales”.

Asimismo, ha influido y apoyado la salvaguardia de otras tradiciones locales; fortalecido los vínculos y la cohesión comunitaria, así como el sentido de pertenencia entre sus portadores. “La vitalidad de la tradición se basa en el diálogo, la cooperación y, en particular, en la participación comunitaria, lo cual refleja los principios y objetivos de la Convención”, refiere el ente internacional de resguardo patrimonial cultural.

La tradición de la Palma Bendita trasciende el simple acto de recolección y cumplimiento de una fecha católica; representa un vínculo profundo entre fe, naturaleza y comunidad. Este Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, invita a redescubrir la magia de la montaña y a valorar el legado espiritual y puro de los ancestros.

La unión desde la creencia y la práctica de las expresiones culturales desde el cuidado y respeto de la naturaleza no solo preserva un patrimonio invaluable, sino que también fortalece la identidad colectiva de quienes encuentran en el Waraira Repano y el Copey un refugio espiritual. Así, cada año, la subida a estos cerros se transforma en un viaje sagrado que renueva la esperanza y la conexión con lo divino.