
Natchaieving Méndez
Transcurre la segunda semana de enero y en muchos países los símbolos alusivos a las fiestas de la Navidad ya están en cajas. En Venezuela es diferente, pues tal como lo establece la herencia europea cristiana, el pesebre o nacimiento se mantendrá en el centro de la casa hasta el 2 de febrero, Día de la Candelaria. Además, en algunas poblaciones, especialmente en de la región andina, celebrarán hasta la mencionada fecha la Paradura del Niño.
Esta manifestación, como muchas en el calendario tradicional venezolano, tiene sus raíces en la hibridación cultural que surgió con la llegada de los europeos a finales del siglo XV. En esta festividad se combinan el canto, la representación de roles, la gastronomía e incluso algo de histrionismo, de acuerdo a la comunidad en donde se lleve a cabo.
Para algunos, su práctica es un pago de promesa al Niño Jesús por los favores recibidos; para otros, es la preservación de una tradición que muestra la confluencia de culturas que dieron forma a la identidad venezolana actual. Aunque tiene fuerte arraigo en los estados andinos, los procesos migratorios internos han permitido su realización en diversas partes del territorio, adoptando características distintas pero manteniendo la esencia: la adoración a Jesús de Nazaret niño, que se encuentra en el pesebre.
¿Herencia o permeabilidad cultural?
No hay precisión sobre el origen exacto de esta celebración en términos de fecha y lugar. Algunas fuentes del ecosistema digital ubican su génesis en Italia, cuando San Francisco construyó la primera representación del nacimiento de Cristo en la población de Asís. Sin embargo, a diferencia de otras festividades, no existe un personaje, orden religiosa o lugar específico que de donde parta esta tradición.
Lo que sí es un hecho evidente es que este proceso proviene de la evangelización y dominación mediante creencias religiosas que se desarrollaron durante la invasión europea. En estas tierras andinas venezolanas, la influencia de la Iglesia católica fue considerable, especialmente en Mérida. A diferencia del resto del país, la mayoría de las celebraciones y creencias populares no entran en conflicto con las oficialmente instauradas por el catolicismo, pues muchas se han entrelazado con las “autóctonas”, las cuales han resistido mediante la resignificación de la religión europea.
La versión oficial de la manifestación Paradura del Niño, que incluso tiene presencia en algunas poblaciones de Colombia, no tiene un momento definido en la Biblia. Sin embargo, se relaciona con el episodio en el que Jesús fue presentado en el templo por María y José, según el Evangelio de Lucas.
Este acto consiste en «poner de pie» la imagen del Santo Niño en el pesebre; de ahí su nombre «paradura,» un término que, aunque no registrado por la Real Academia Española, es parte del léxico venezolano y está vinculado a esta expresión cultural. En algunas localidades, esta imagen tiene la misma dimensión que el resto de las estatuillas del nacimiento, mientras que en otras es de mayor proporción, por lo que se le viste, muchas veces como pago de promesa.
En ciertos lugares, esta paradura va precedida por el “Robo del Niño”, en el que se sustrae la imagen, previo acuerdo con el dueño, y se busca con cantos y rosarios por todas las casas hasta encontrar al “malhechor” que ha cometido “la falta”. Una vez recuperada la imagen, se lleva en procesión hasta su lugar de origen, cargada en un pañuelo sostenido en los extremos por los padrinos y madrinas.
Al llegar al pesebre al que pertenece la imagen del Niño Jesús, los padrinos y madrinas, nombrados anualmente, se inclinan ante el nacimiento y, antes de colocar la estatuilla del infante en su lugar, la besan y la pasan a todos los presentes, quienes harán lo mismo como acto de amor y para realizar sus peticiones de abundancia, prosperidad, buena salud, amor y otras necesidades.
Culminada esta etapa, se coloca de pie en el pesebre la imagen del niño. Todos estos pasos están acompañados de cantos, cuyas coplas relatan y explican cada una de las acciones realizadas. Una vez cumplido el ritual, los presentes brindan y degustan los platos que el dueño de la casa y los vecinos han preparado como celebración de esta tradición.
El significado oculto
En la Paradura del Niño está presente el proceso que definió la mayoría de las expresiones identitarias venezolanas: el sincretismo. La unión de visiones de vida, creencias y formas culturales da paso a nuevas expresiones y a la resignificación de las originales.
Aunque esta tradición parece tener una ascendencia netamente católica, sin ninguna influencia de los llamados por la Iglesia “rituales paganos”, existen elementos que muestran cómo la cosmovisión indígena está presente en símbolos que, aunque traídos por los europeos, adquirieron un nuevo significado al llegar a tierras latinoamericanas.
En su trabajo El contacto oculto. Sincretismos cotidianos, la investigadora Alejandra Álvarez enumera diversos elementos religiosos de los pueblos originarios presentes en la Paradura del Niño, especialmente en el estado Mérida. Uno de estos es la concepción del homenajeado que, desde la visión católica referida en los Evangelios, se trata de una divinidad en los cielos, símbolo de salvación y comunión, cuya devoción sana para siempre y va más allá de los deseos terrenales.
El Niño de las Paraduras es más terrenal, pues se le considera un guardián de la casa a la que pertenece. Ayuda si se le festeja, pero castiga si no se cumple la promesa, por lo que se realiza el dueño del hogar debe hacer un Potlatch, un importante evento social en el que agasaja a quienes participan y busca fortalecer las alianzas comunitarias.
Según los análisis de Álvarez y otras investigaciones, la concepción del Niño está más relacionada con lo que los pueblos indígenas concebían como el “Arco bueno” o “espíritu guardián”, un dios que crea y destruye, puede dar y quitar, causar enfermedades y curarlas, dar vida o quitarla. Este dios baja del aire al agua y luego sube al páramo. Esto último justifica por qué se pone de pie al Niño y se asume que luego sube al cielo, y es diferente a la visión cristiana en la que la ascensión de Jesús ocurrió cuando era adulto, no infante.
Asimismo, las ofrendas a la Santa Imagen, como las frutas que se renuevan hasta el día de la fiesta, son una acción que los pueblos originarios realizan para pedir fertilidad.
Todo lo anterior y otros elementos que requieren una descripción más minuciosa muestran cómo el sistema de creencias del que parte el Niño de la Paradura es diferente al catolicismo, a pesar de que la Iglesia acepta y celebra esta manifestación como parte de su ideología. Por ello, podría decirse que en esta tradición subyace el mito indígena en su esencia bajo la figura del Niño de los Evangelios en la fachada oficialmente aceptada por los procesos históricos de dominación.
En general, la Paradura del Niño no solo es parte de la riqueza cultural venezolana. Tal como ha ocurrido con otros pueblos oprimidos, en este caso es una muestra de cómo muchas prácticas originarias se ocultan en las creencias oficiales para su supervivencia. Esto muestra cómo los pueblos ancestrales defienden su identidad y preservan sus costumbres originales.