
Natchaieving Méndez
“El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural”, Eduardo Galeano, Patas Arriba (1998).
Transcurre el año 25 del siglo XXI y pareciera que la humanidad vive en una especie de mátrix. Este mundo “real”, pareciera una puesta en escena cuyos dramaturgos de la obra son unos pocos conservadores y con bolsillos muy abultados. Es como si los jugadores y árbitros de un antes del partido conocieran quien debe ganar; corren en el campo en los dos tiempos reglamentarios a sabiendas de los errores que se cometerán, quiénes deben caerse para que canten falta, cuáles son los goles que permitirán o ejecutarán en los tiempos indicados, todo esto para cumplir con la orden de quien organizó el encuentro.
En este mundo, los espectadores no lo saben, pero todo está escrito y determinado, escapa de su conocimiento: lo que se debe consumir, la idea que se requiere posicionar, la enfermedad que va a exterminar a una conveniente parte de la población y que ya tiene la cura con costosas vacunas. Está preestablecida la guerra que limpiará el camino para futuras construcciones lujosas, los discursos, las acciones, los gestos.
En este mundo de contradicciones, al revés diría Galeano, fue justamente Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, quien creó el premio de la Paz. Luego de leer un obituario que por equivocación se había redactado para él, el científico estableció en su testamento destinar gran cantidad de su fortuna a premiar a quienes trabajaran en función a la paz de la humanidad, todo ello para no ser recordado como el “mercader de la muerte”. Vaya que logró lavar su apellido, el cual es nombrado por los reconocimientos y no por las tantas muertes que ha generado su invento.
Si bien no es la totalidad de su historia, el Premio Nobel de la Paz ha estado envuelto en polémicas constantes. Paradójicamente, quienes no se quejan de los premiados son los que pertenecen a las élites económicas, siguen sus directrices o están alienados a ellas. Entonces, pareciera que son reconocidos quienes luchan por la paz desde esos sectores acomodados.
El nombramiento de este año, recuerda el de Aung San Suu Kyi. Tal como se le denominó “la Dama de Ragún”, recibió el galardón en 1991 por su resistencia pacífica y prodemocrática frente a la junta militar que gobernaba Birmania desde 1962.
Siendo símbolo de la paz global, Suu Kyi ganó las elecciones entre 2016 y 2021, en la que, por razones constitucionales, convivió con aquella fuerza castrense a la que tanto adversó. Tal vez, no se critica la “convivencia” y hasta cierto punto se pudiese alegar el perdón como bandera; no obstante, cuando se hace silencio frente a la brutal campaña del ejército birmano contra la minoría musulmana rohingya (asesinatos, violaciones, aldeas incendiadas, desplazados), las dudas y los cuestionamientos sobre los principios nobles de la paz inevitablemente surgen.
¿Cómo una Nobel de la Paz puede justificar el hambre producido a un pueblo, aldeas incendiadas, secuestros, muertes o silenciar un genocidio calificado por la ONU como “limpieza étnica”? Parece que las historias vuelven a repetirse en diferentes épocas, continentes y personajes.
Otro caso emblemático de este reconocimiento es el otorgado en 1973 a Henry Kissinger, secretario de Estado de Estados Unidos, y a Lê Đức Thọ, representante del gobierno de Vietnam del Norte. El mérito por el que se les adjudicó el premio fue el haber negociado el alto el fuego en la Guerra de Vietnam mediante los Acuerdos de Paz de París.
Este nobel demostró una fractura ética en los criterios para su adjudicación. En primer lugar, se cuestionó que se premiara un acuerdo que no logró la paz real, luego de esta negociación que no fue consultada a Vietnam, los bombardeos se reanudaron pese a que estipulaba el retiro de las tropas estadounidenses, las cuales abandonaron la nación asiática dos años después cuando ocurrió la caída de Saigón.
Además, Kissinger había sido acusado de apoyar y participar en el golpe de Estado perpetrado en contra del presidente democrático de Chile, Salvador Allende. ¿Puede premiarse a un personaje que por un lado negocia la paz y por el otro interfiere en asuntos internos de un país para sustituir una democracia por una dictadura militar?
Años más tarde, otro polémico personaje recibió el Nobel de la Paz. El sexto primer ministro israelí, Menachem Begin, recibió el Premio en 1978 por firmar los Acuerdos del Camp David, que “establecieron la paz” entre Israel y Egipto. Fue líder del grupo paramilitar Irgún, la misma célula responsable de los sucesos del Hotel King David en 1946, un atentado que ocasionó la muerte a 91 personas; además mantuvo una política de ocupación y represión en contra del pueblo palestino y estuvo involucrado en la invasión al Líbano en 1982, que culminó con en la masacre de Sabra y Chatila.
Pero sin dudas, uno las premiaciones más incomprensibles en la historia de los Nobel de la Paz fue la de Barak Obama, quien con apenas nueve meses de haber asumido la presidencia de EE. UU. le fue otorgado este galardón por su “esfuerzos extraordinarios para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”. Además, destacaron su visión de un mundo sin armas nucleares y el uso del diálogo como herramienta de resolución de conflictos.
En los años siguientes, este “Nobel de la Paz” mantuvo las operaciones en Irak, Pakistán, Yemen, Somalia y Afganistán, nación última a la que envió 21 000 soldados adicionales. Intensificó el uso de drones armados que provocó la muerte de civiles en las zonas de conflicto.
Asimismo, declaró a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria” para la seguridad nacional de EE. UU., lo que sentó las bases para las más de mil medidas coercitivas unilaterales impuestas contra la nación bolivariana que ha afectado sectores clave como finanzas, petróleo, servicios públicos, alimentos y salud.
¿Quiénes escogen a los galardonados?
La selección de esta premiación está a cargo de un Comité Nobel Noruego, el cual está compuesto por cinco representantes designados por el Parlamento de Noruega. De acuerdo con la normativa, los integrantes de esta representación parlamentaria deben actuar con independencia y criterio ético, aunque poseen afiliaciones políticas.
Este comité, recibe las nominaciones provenientes de personas e instituciones autorizadas. Este año, de acuerdo con las reseñas de medios internacionales, hubo 338 candidatos, cifra que incluye a personas y organizaciones.
Estas candidaturas deben enviarse antes del 31 de enero para que se inicie el proceso de evaluación que, según, incluye consultas con expertos internacionales. Luego de varios meses, elaboran una lista corta y se realiza una deliberación que culmina en una votación por mayoría simple. El proceso completo se mantiene en secreto durante 50 años, como medida para proteger la integridad simbólica del galardón.
Paradoja de la visión de la paz
Cuesta comprender por qué figuras antes mencionadas y otras que se escapan de este espacio, recibieron este Premio Nobel de la Paz pese a su flagrante exposición de intereses políticos individualistas, su silencio ante la injusticia o su participación en acciones que lejos de buscar conciliación provocaron estallidos sociales, sufrimientos o procesos de pacificación no conclusos.
Aún más, es difícil de imaginarles al lado de personajes como Nelson Mandela, quien paso 27 años de prisión por luchar contra el apartheid en Suráfrica, desmanteló un régimen racista que ha sido motivo de ejemplo para muchos movimientos que luchan en el mundo por la igualdad.
Lo más lamentable, es que se reconozca a estas personas como símbolos de paz cuando existen otras figuras cuyas acciones merecieron ser premiadas por su ejemplo de resistencia y despojo del bien material a favor de una sociedad justa. Uno de ellos es Mahatma Gandhi, también llamado el arquitecto de la resistencia no violenta como herramienta para la liberación política.
Gandhi nunca recibió el Nobel de la Paz aunque fue nominado. Las razones de esta omisión, de acuerdo a los estudiosos sobre el tema, fueron principalmente los prejuicios coloniales persistentes en los círculos que rodean este galardón. En otras palabras, la paz de las personas con poder pareciera no ser la misma de quienes históricamente han sido invisibilizados, los pobres y vulnerables a las desigualdades sociales.
Aunque este pacifista verdadero sea una de las más grandes omisiones de este premio, el reconocimiento a establecer formas de convivencias justas, colaborativas y de verdadera paz es un hecho mundial. No se trata de un sector con su visión del mundo, tampoco tiene que ver con la conveniencia política, la paz yace de la creencia real de que la humanidad tiene formas de conciliación y para conseguirlas no es necesario el sufrimiento, la coacción que decanta en la asfixia de los pueblos, sino la plena creencia de la racionalidad que habita en cada ser humano y bajo esa línea van las acciones.
En tiempos en los que esta palabra de tres letras muchas veces se diluye entre transacciones bancarias, panfletos, discursos, es necesario tomar el ejemplo de los buenos y convertirlos en llama verdadera para la convivencia en armonía y el reconocimiento, valoración y búsqueda de canales de enlace entre cada integrante que conforma una sociedad. Un premio tendrá validez cuando esto se cumpla y no cuando responda a intereses que notoriamente conducen a lo material. Los verdaderos reconocimientos son los que surgen de la unidad y no de los bolsillos de quienes manejan la mátrix del mundo al revés.