Franklin Albarrán y Douglas Mujica*

Desde las aulas universitarias, he visto el debate sobre el sistema educativo venezolano. Se habla de aulas vacías, de la migración de docentes talentosos y de la falta de recursos que aquejan a nuestras escuelas. Son realidades innegables, pero al mismo tiempo, existe una Venezuela que se levanta por encima de la adversidad. No es la que vemos en los titulares sensacionalistas, sino una que brilla silenciosamente a través del intelecto y el ingenio de sus jóvenes, quienes demuestran al mundo el valor incalculable de nuestra educación. Este artículo es una invitación a mirar más allá de las estadísticas negativas. Es una reflexión sobre la esencia misma de lo que significa educar en Venezuela, una labor que va más allá de un programa de estudios y que se nutre del compromiso, la resiliencia y la humanidad.

Desde 2015 hasta 2025, la juventud venezolana ha escrito una historia de éxitos en el ámbito de la ciencia, la tecnología y la innovación, una historia forjada bajo las más difíciles circunstancias, pero también sostenida gracias al respaldo del Gobierno Bolivariano. Cada uno de estos triunfos representa no solo el talento individual de nuestros estudiantes, sino también el fruto de políticas públicas que han creído en el potencial de la juventud como motor de desarrollo y soberanía nacional.

En 2015, se marcó un hito inicial con el proyecto “ConectaVida”, una red social para enlazar donantes de sangre con receptores, que obtuvo el primer lugar en la categoría de Emprendimiento Social en el concurso nacional “Ideas”. Aunque fue un certamen de carácter nacional, sirvió de vitrina para mostrar la creatividad y la sensibilidad social de nuestros jóvenes, que con apoyo institucional encontraron en la innovación un medio para dar soluciones a problemas reales de la sociedad venezolana.

En 2023, la bandera tricolor ondeó con orgullo en Singapur, cuando un equipo de jóvenes venezolanos se coronó Campeón Mundial de Robótica en el First Global Challenge, obteniendo además el prestigioso Albert Einstein Award for First Global International Excellence. Este reconocimiento, de los más importantes a escala global en el ámbito de la ingeniería juvenil, confirmó que Venezuela posee un semillero de talentos con capacidad para competir y triunfar frente a potencias con mayores recursos. Este logro fue posible gracias al impulso del Programa Nacional Semilleros Científicos, política del Gobierno Bolivariano para sembrar vocaciones científicas desde temprana edad.

El año 2024 trajo consigo nuevos reconocimientos. En el Mundial de Matemáticas, jóvenes venezolanos conquistaron 8 medallas, demostrando excelencia en una de las disciplinas más universales y exigentes del conocimiento humano. Ese mismo año, en la Olimpiada Abierta Internacional de Astronomía en Rusia, las jóvenes Ivanna Madriz, Rosa Chacón y Fabiola Martínez recibieron certificados de mérito por su desempeño sobresaliente, destacando especialmente Ivanna Madriz con la distinción de “Diamante Nacional”. Estos logros fueron posibles gracias al acompañamiento constante del Ministerio del Poder Popular para Ciencia y Tecnología y del Centro de Investigaciones de Astronomía (CIDA), instituciones que han mantenido vivo el espíritu científico del país.

En 2025, Venezuela vivió una verdadera cosecha de victorias. Ese año, el equipo “The Spartans”, integrado por adolescentes del Programa Semilleros Científicos, alcanzó el primer lugar en inteligencia artificial en el AI for Good Global Summit, celebrado en Ginebra, Suiza, bajo el auspicio de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). Paralelamente, otro grupo de estudiantes se alzó con premios de plata, bronce y el “Judges Award” en una competencia de robótica en Texas, Estados Unidos, gracias a su innovador uso de inteligencia artificial. A ello se sumó la participación de una delegación venezolana en la Olimpiada Internacional de Física Científica (ISPho), realizada en Rusia, donde nuestros jóvenes obtuvieron el “Premio Diamante Nacional” tras demostrar excelencia en pruebas de modelado físico, razonamiento matemático y análisis de datos.

Estos triunfos, alcanzados a lo largo de una década, adquieren un valor aún mayor si se considera el contexto adverso en que se lograron. Por ello, siempre es necesario recordar que Venezuela está bajo un constante asedio desde aquel 8 de marzo de 2015, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Hussein Obama, emitió la Orden Ejecutiva 13692, conocida como el “decreto Obama”, que declaró a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria” y abrió el camino para la imposición de medidas coercitivas unilaterales (MCU). Desde entonces, estas agresiones suman 1.042 sanciones que buscan asfixiar la economía y limitar el desarrollo nacional. Sin embargo, en medio de estas restricciones, los jóvenes han demostrado que el talento venezolano no se doblega.

Por lo tanto, cada medalla en matemáticas, cada trofeo en robótica, cada certificado en astronomía y cada reconocimiento en física e inteligencia artificial son, al mismo tiempo, una victoria académica y un acto de resistencia nacional. Estos logros demuestran que, a pesar de las limitaciones de infraestructura y recursos, el talento y la capacidad de nuestros estudiantes para pensar, innovar y resolver problemas están intactos. El éxito en campos como la robótica es particularmente revelador. Estas disciplinas exigen no solo un dominio de la teoría, sino también la habilidad de aplicarla de manera práctica y creativa. Los premios obtenidos por estos equipos no son un golpe de suerte; son el resultado de un proceso de aprendizaje que se ha mantenido vivo gracias a la pasión, la tenacidad y el ingenio. Son jóvenes que, a menudo con recursos limitados, han construido robots, desarrollado algoritmos y superado a competidores de países con una infraestructura tecnológica superior. Su éxito es un testimonio de su determinación y del poder del intelecto humano.

Si hay un factor humano que explica estos logros, es la figura del maestro venezolano. Es el docente que, a pesar de las dificultades, sigue creyendo en el potencial de cada niño. Es el mentor que identifica una chispa de talento y la alimenta con paciencia y dedicación, muchas veces fuera del horario de clases y sin una retribución justa. Su labor es un acto de amor y de fe en el futuro del país. El humanismo de nuestra pedagogía es lo que nos diferencia. La educación en Venezuela no se reduce a la simple transmisión de conocimientos; es la formación de seres humanos íntegros, con valores, con una ética de trabajo y una profunda resiliencia. La conexión entre el maestro y el alumno, ese vínculo de confianza y apoyo, es la verdadera esencia de nuestro sistema educativo. La familia, por su parte, se convierte en un pilar fundamental, supliendo las carencias del sistema y fomentando la curiosidad y el amor por el aprendizaje. Los logros de estos jóvenes no son solo victorias personales, son una poderosa reafirmación del valor de nuestra educación.

Esta capacidad de sobreponerse a los desafíos y triunfar en campos tan exigentes no es un fenómeno aislado de nuestro país. Es un reflejo de la identidad venezolana, una que trasciende fronteras. En cada rincón del planeta, el talento, la determinación y la pasión de nuestra gente han dejado una huella imborrable. Desde el arte y la música hasta la investigación científica y el emprendimiento, la diáspora venezolana ha demostrado que el ingenio y la ética de trabajo son parte intrínseca de nuestra cultura. Es fascinante y admirable cómo una población, a pesar de su tamaño, logra hacerse sentir con logros positivos, honrosos y dignos de admiración en todo el mundo. Estos jóvenes, con sus éxitos en las ciencias y la tecnología, son la prueba viviente de que nuestra nación es una cantera de talento, resiliencia y esperanza. Su brillo no solo nos llena de orgullo, sino que nos recuerda que el verdadero valor de una sociedad reside en su gente y en su capacidad para transformar la adversidad en un motor de cambio y excelencia. Finalmente una migración que a pesar de las distancias, lleva consigo la formación y los valores inculcados por el mismo sistema educativo venezolano del que emergieron, demostrando que su esencia, aunque imperfecta, es capaz de forjar ciudadanos de valor mundial.

*Escuela de Educación de la UCV