Natchaieving Méndez

Lo que comenzó como impulso de vanidad terminó por tejer rutas que cambiarían el destino de civilizaciones. Nunca un material como la seda tuvo tanto poder de seducción para impulsar la creación de caminos que se traducirían luego en desarrollo económico, cultural y geopolítico.

Cuando las élites del Imperio romano descubrieron lo hermoso, suave y elegante de sus atuendos confeccionados con este tejido, no pudieron dejar de requerir esta tela que en China se elaboraba desde tiempos remotos, antes de Cristo (a. C). Sin imaginarlo fueron promotores de una fórmula que sería el germen de la primera red global de intercambio: la Ruta de la Seda, un puente entre Oriente y Occidente, donde no solo circulaban mercancías, sino también ideas, tecnologías y sueños.

Más de dos mil años después, la Ruta de la Seda es inspiración a una alternativa de conexión económica en el mundo. Alrededor de 150 países participan en la iniciativa china conocida como Belt and Road Initiative (BRI), que en español significa Iniciativa Franja (Cinturón) y Ruta, a la que algunos también denominan la Nueva Ruta de la Seda siglo XXI. En esta propuesta participan 20 naciones de América Latina.

En su génesis, el traslado de productos desde el extremo de Eurasia hasta el norte de África, donde se asentaban poblaciones romanas, requería unos 300 días y el uso de camellos, mulas, burros, caballos y barcos. Dos milenios más tarde, la inversión en puertos, carreteras y ferrocarriles redujo drásticamente esos tiempos y fortaleció la conectividad regional facilitando el acceso ágil a los mercados asiáticos.

La Iniciativa Franja y Ruta tiene tiempo reactivándose; sin embargo, alcanzó mayor auge en el contexto de una guerra comercial que impulsó el presidente reelecto de Estados Unidos (EEUU) Donald Trump. Si bien para algunos sectores esta propuesta de China significa mayor endeudamiento e influencia geopolítica del gigante asiático en la región, especialmente en Latinoamérica, para otros es la oportunidad para el desarrollo global.

Paradójicamente quienes hoy rechazan esta posibilidad son los mismos o son los descendientes de quienes en antaño celebraban con entusiasmo acuerdos con transnacionales norteamericanas; negociaciones que, al final, no eran más que cesiones de soberanía y formas de vasallaje al servicio de los intereses del Imperio norteamericano.

Así, mientras la tierra del “sueño americano” impone aranceles, sanciones y establece una diplomacia condicionada para el intercambio comercial, la BRI representa una ventana para el avance económico de muchas naciones del mundo.

Huellas de seda y acero

Las rutas creadas para transportar productos desde Asia hasta el occidente no solo fueron impulsados por el deseado tejido de los romanos. Para abrir caminos, previamente existió otra necesidad clave: los caballos. Antes del auge de la seda, el intercambio de caballos del Valle de Ferganá con China fue esencial para el desarrollo de la Ruta. Estos animales no solo transformaron el comercio, sino también la movilidad y la guerra en Asia Central, facilitando las redes que luego impulsarían el tráfico de bienes como la seda hacia Occidente.

A finales del siglo II a. C., la dinastía Han, bajo el emperador Wu, buscaba fortalecer su ejército ante los constantes ataques de los Xiongnu. Para ello, envió a su asesor Zhang Qian en busca de aliados y una nueva fuente de caballos. En Ferghana, el enviado descubrió los legendarios «caballos celestiales», esenciales para la estrategia china. Al conocer del hallazgo, Wu decidió que al no poder obtenerlos por comercio emprendería la Guerra de los Caballos Celestiales, asegurando el control del valle en el 101 a. C.

Este dominio no solo reforzó el poder militar de la dinastía Han, sino que también abrió rutas comerciales hacia el oeste, facilitando el intercambio de bienes. Así comenzó la Pax Sínica, un período de expansión económica y estabilidad que impulsó la demanda de artículos de lujo en China y fortaleció su influencia en la región.

A la par, el Imperio romano también se expandía. Su victoria en las Guerras Púnicas le otorgó el control sobre el mar Mediterráneo occidental por los siguientes siglos y por tanto la posibilidad de establecer rutas comerciales de ultramar hacia la India pasando por Egipto. Fue el momento de la Pax Romana, que le permitió estabilidad durante unos 200 años.

Aunque la expansión de Roma y la China de Han fue muy amplia, la distancia entre ellos era muy grande y las montañas, desiertos y vastas praderas de la zona central hacía más complicado el camino. De allí que los comerciantes fueron quienes emprendían esta difícil travesía y establecieron los vínculos para la creación de redes entre los imperios.

Emplearon camellos por ser más fuertes y soportar las difíciles condiciones climáticas; además podían cargar hasta 500 libras. También usaron el océano para cargar mercancía y para ello era necesario que tuviesen una comprensión de los patrones estacionales para viajar desde el Mar Rojo hasta la India en el verano y regresar en el invierno, sin que el viento o las tormentas les pusiera en peligro.

La escritora colombiana Consuelo Mejías de Fernández, en un artículo para la Universidad de Rosario, destaca que por los numerosos caminos de estas rutas no solo fue seda lo que se comercializó: piedras preciosas, marfil, papel, especias, armas, remedios, metales, porcelana y mucho más pasaron por estos parajes.

Entre China y Constantinopla, destaca la especialista, los registros dan cuenta de que la mejor parte era el llamado Camino Real, que atravesaba Persia. La razón es que tenía sitios de descanso, como estaciones y procuraba las condiciones para resistir el largo trayecto. Esta dinámica se interrumpió por la expansión islámica en la Edad Media y luego se reestableció en el siglo XIII con las invasiones mongólicas.

Este intercambio permitió que se expandieran también muchas religiones como el cristianismo, el sufismo, maniqueísmo, islamismo, nestorianismo, zoroastrismo y el budismo.

Hacia el año 1400, floreció la Ruta de Seda marítima a través de la cual, los chinos no solo comercializaron sus productos, además difundieron sus superioridad cultural y tecnológica en la navegación.

China expande su influencia

Tal como lo registra la historia la Ruta de la Seda no solamente fue por tierra, también se dio a través del mar. De allí que la iniciativa China en pleno siglo XXI recoge en su nombre esta misma característica. Tal como se dijo al principio significa en inglés Belt Road Initiative, de acuerdo con la traducción de la agencia estatal Xinhua puede desglosarse así: “Belt” se refiere al Cinturón Económico de la Ruta de la Seda y “Road” es la Ruta de la Seda Marítima del nuevo siglo.

En 2013, el presidente de China, Xi Jinping impulsa la Nueva Ruta de la Seda y busca nuevas rutas de cooperación. Para ello promueve una red de infraestructura comercial para conectar Asia con Europa y de allí expandirse hacia otros países de occidente. Para ello trabajan en la optimización de trenes, puertos, carreteras e instalación de fibra óptica.

Una ruta clave construida por China es el tren de alta velocidad entre Chongqing y Berlín; asimismo, los corredores estratégicos en Pakistán e Irán para asegurar el acceso a petróleo y alimentos. Su expansión comercial ha llevado a acuerdos con Europa, fortaleciendo la relación con países como Reino Unido, Francia, Alemania e Italia. La inversión en puertos como El Pireo en Grecia ha reforzado su presencia en el comercio global.

Bajo esta iniciativa de fomentar la construcción y mejora de la infraestructura se ha logrado la conectividad de alrededor de 70 países. Entre el estrecho de Malaca, frente a Singapur, ruta de acceso al Océano Índico, al Golfo Pérsico, y las costas de África y Europa, se desarrolla la Ruta de la Ruta de la Seda Marítima.

Además, junto con Rusia y otros países de la zona Ártica se desarrolla una Nueva Ruta de la Seda en esta zona empleando mecanismos como un buque cisterna que recorre el trayecto sin necesidad de un rompehielos, para evitar el impacto ambiental que produce el deshielo.

Aunque inicialmente esta iniciativa no contemplaba Latinoamérica, desde la adhesión de Panamá en 2017, la Nueva Ruta de la Seda ha entrado en la dinámica geopolítica y económica de países como Argentina, Bolivia, Chile, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Perú, Uruguay y Venezuela.

De esta manera, China ha contribuido en la modernización de puertos clave, como el megapuerto de Chancay en Perú, así como ha optimizado rutas marítimas, incluyendo el Estrecho de Magallanes y el Canal de Panamá, país último que por presiones de Donald Trump decidió este año romper la alianza con el gigante asiático.

En Venezuela, la cooperación con China ha fortalecido sectores estratégicos como la energía y la infraestructura y en el resto de la región la BRI ha generado oportunidades económicas, pero también tensiones geopolíticas, especialmente con Estados Unidos, que ve la creciente influencia china como un desafío a su hegemonía en el hemisferio. De allí no es casualidad los constantes recorridos de funcionarios estadounidenses para contrarrestar la llamativa oferta asiática que ellos ya no pueden ofrecer.

La historia de la Ruta de la Seda demuestra que el comercio no solo impulsa la economía, también moldea civilizaciones, transforma territorios y redefine el equilibrio de poder. Hoy, la Nueva Ruta de la Seda o BRI sigue ese legado e integra a América Latina en su red de conectividad global.

Más allá de los beneficios económicos, la BRI desafía las estructuras tradicionales de poder y ofrece la posibilidad de redefinir alianzas estratégicas desde la independencia de los pueblos. El rumbo del comercio global en el siglo XXI se redefine y esta propuesta es una muestra de ello.