
Natchaieving Méndez
“No tenemos amigos mejores que los evangélicos, y los evangélicos no tienen mejor amigo que el Estado de Israel. Si usted es cristiano en Oriente Medio, sólo tiene un lugar en el que estará seguro, que es el Estado de Israel. Tenemos una herencia común”, fueron las palabras emitidas en 2017 por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, durante un encuentro con líderes evangélicos de Brasil, en el que, incluso, había representantes de la Iglesia Católica.
Confieso que al leer y escuchar estas palabras me causaron cierta confusión. Con una formación influenciada por los principios católicos, nunca percibí tal afinidad entre los creyentes de Cristo y los judíos. No obstante, al estudiar las raíces culturales de las manifestaciones heredadas del cristianismo, gran parte de su génesis proviene del judaísmo.
Entonces, en este punto y para poder avanzar en lo dicho por el promotor de la muerte de más de 65 mil palestinos en la Franja de Gaza, es importante aclarar que una cosa es ser judío y otra sionista. El primero, parte de la práctica del judaísmo como religión; no obstante, al estudiarlo de forma más amplia, lo correcto sería definirlo como una forma de vida por herencia cultural o étnica. Internamente, son diversos y no todos comparten las mismas creencias ni posturas políticas, es decir, ser judío no necesariamente significa apoyar al Estado de Israel, pues la llamada “tierra prometida” va más allá de lo tangible. Materia de otro artículo.
Ahora bien, el sionismo en sí es un movimiento político que nace a finales del siglo XIX y cuyo padre fue Theodor Herzl. Este periodista austrohúngaro propone la creación de un Estado para acabar con el antisemitismo en Europa, en otras palabras, la histórica persecución a los judíos, expulsados una y otra vez, incluso minimizados en su condición de ciudadanos en algunas épocas históricas. Hasta ahí, y hasta cierto punto, pudiese decirse que era algo lógico que luego de ser agredidos constantemente, haya surgido la propuesta de crear una nación en la que la cultura semita se estableciera sin el miedo a ser desterrada o atacada por fanáticos cristianos.
El problema surgió cuando en su libro Der Judenstaat, consideró varias opciones para establecer el territorio, incluyendo Palestina y Argentina, pero, finalmente, se centró en la primera por los vínculos históricos y religiosos para el pueblo judío. Así, en agradecimiento al apoyo recibido durante la Primera Guerra Mundial, el Mandato Británico que se había proclamado administrador de las tierras palestinas apoyó la creación de una patria judía en este territorio después del colapso del Imperio Otomano. Comenzó la agonía para el pueblo ancestral.
Este relato es necesario para puntualizar que en ninguna parte de la Biblia existe un mapa, con coordenadas específicas, que establezca un territorio específico para el Estado de Israel, es una creación relativamente reciente. Sin embargo, llama poderosamente la atención que en el relato de algunas autoridades cristianas se menciona este Estado, vinculándole con “la tierra prometida” de la que sí habla la Sagrada Escritura.
La mezcla de la promesa para el pueblo desterrado con una concepción política sionista ha resultado en la distorsión de avalar con un cómplice silencio, el genocidio que bajo la máscara de una creencia religiosa se perpetra a diario en Palestina y ante la que pareciera no existe quien le ponga freno.
Algunos, bajo la excusa de su condición cristiana, defienden lo que Netanyahu hace pues el discurso encaja con lo que fue inoculado a través de la religión. Aun así no podemos ser ingenuos: el apoyo de muchos líderes va más allá de un discurso religioso, una creencia o percepción de vida; tal como el Mandato Británico, el aspecto económico es el que mueve las piezas en el tablero del ajedrez, especialmente de su heredero.
¿Nuevamente en nombre de la Santa Palabra?
En el proceso de colonización de los invasores europeos a los pueblos originarios del Abya Yala, muchas de las acciones eran justificadas bajo el velo de tener “la venia de Dios”. Expropiaciones, asesinatos, aculturación, genocidio, se ejecutó con la mirada complaciente de muchas misiones que traían el principal símbolo de marketing religioso de la historia: la cruz y la Biblia. Ay del que dijera lo contrario y no, amigo ferviente defensor de la Iglesia, no soy hereje, eso está en la historia.
Lo cierto es que siglos después pareciera que la estrategia es similar o, por lo menos, bajo los mismos principios. Cuando Netanyahu decía que “los mejores amigos del Estados de Israel son las comunidades cristianas evangélicas” no se equivocaba. En el mundo existen entre 400 y 600 millones de evangélicos que asumen como “verdad irrefutable” que el Estado de Israel debe existir y que todas estas acciones deben hacerse para retornar a “la tierra que le fue prometida”. De esta manera se cumplirá la profecía de la segunda venida de Cristo.
Para prueba de este discurso un botón. En 2024, ante las protestas de la Universidad de Columbia en contra del genocidio en Gaza, le preguntó a la rectora de esta casa de estudios: «¿Quieres ser maldecida por el Dios de la Biblia?». «¿Quieres que la Universidad de Columbia sea maldecida por el Dios de la Biblia?». Esto es una muestra de cómo se ha manipulado el texto bíblico para justificar el colonialismo y la limpieza étnica que se perpetra contra el pueblo palestino. Es lo que algunos han llamado “terrorismo espiritual”.
Aclaro, no ocurre con todas las iglesias evangélicas, pero si con aquellas vinculadas a las élites de poder.
Teología del imperio para justificar un genocidio
Al indagar sobre este tema, las palabras de un pastor cristiano resonaron en mí. En una conferencia en la Universidad de Harvard, realizada en abril de este año, el teólogo palestino Munther Isaac denunció con contundencia el papel que ha jugado el cristianismo sionista en la legitimación del asedio israelí contra el pueblo palestino.
Citando a su colega Yousef AlKhouri, oriundo de Gaza, Isaac resaltó que el genocidio no comenzó en 2023, sino que lleva más de un siglo en curso, gestado en las mentes de cristianos protosionistas, sionistas y orientalistas que imaginaron Palestina como una tierra sin pueblo.
De allí que el pastor, habitante de la asediada población de Cisjordania, describió con crudeza cómo el genocidio se ha desarrollado ante los ojos del mundo, con la complicidad vergonzosa de la teología cristiana occidental. Desde su percepción, no se trata de un fenómeno aislado, sino de una matriz compuesta por tres elementos entrelazados: colonialismo, racismo y teología. Esta tríada, afirmó, explica la hipocresía de las potencias occidentales y de muchos líderes religiosos frente al derecho internacional y los derechos humanos.
Isaac refirió que el colonialismo, tal como la define la Confesión de Accra (denuncia de las iglesias reformadas cristianas contra el poder imperial y económico global) es la fusión del poder económico, político, militar y cultural en un sistema de dominación que protege los intereses de las naciones poderosas. Bajo esta lógica, subrayó, Israel se convierte en extensión del imperio, porque se puede afirmar que su alianza con Estados Unidos responde a intereses estratégicos, no a principios éticos.
El racismo, agregó el religioso, es el motor que realmente ha impulsado el despojo a los palestinos de su humanidad. Ejemplo de ello, las declaraciones de Donald Trump quien, como un chiste creado con Inteligencia Artificial, propuso “ser dueños de Gaza” y convertirla en una Riviera tras la limpieza étnica de dos millones de personas.
Lo anterior, puntualizó el pastor cristiano de Belén, es muestra de una deshumanización que evidencia cómo estos sectores consideran a los palestinos como inferiores. De allí que, resaltó, la teología del imperio susurra al poder que es elegido por Dios, que transforma el colonialismo en autodefensa, y que convierte a los indígenas en terroristas.
De esta manera, en el caso palestino, bajo esta premisa se ha justificado el despojo como “retorno judío a la tierra”, negando la existencia de los cristianos palestinos que han habitado ese territorio por siglos. Entonces, denunció Isaac, “mientras a los palestinos se les niega el derecho a regresar incluso como visitantes, un judío nacido en Brooklyn puede establecerse en Palestina y desplazar a sus habitantes. Una narrativa que ha justificado la limpieza étnica de miles de palestinos como un “resultado lamentable” de un proceso profético”, afirmó.
Lamentablemente, refirió Isaac, es evidente como el último año el respaldo cristiano occidental a este asedio en Medio Oriente ha sido evidente. Desde pastores influyentes hasta congresistas, repitieron discursos que describían a los palestinos como amalecitas (figura bíblica que debía ser aniquilada) y se celebró la guerra como posible señal de la segunda venida de Cristo. Incluso, recordó Isaac, un pastor convertido en congresista que pidió bombardear Gaza “como en Hiroshima”, negando incluso la ayuda humanitaria. Frente a esto, se preguntó: “¿a qué Jesús están siguiendo?”
Isaac acusó la instrumentalización del antisemitismo como arma contra los palestinos, señalando que, incluso, el símbolo de Cristo envuelto en una keffiyeh fue tildado de antisemita, mientras que las históricas representaciones europeas de Jesús jamás han generado protesta alguna.
Todo lo anterior llevan a este pensador cristiano del Medio Oriente a calificar el silencio de muchas iglesias frente al genocidio como burda apatía. Aunque refiere que algunas instituciones religiosas pidieron un alto el fuego, lo hicieron sin llamarlo por su nombre: “apartheid”, “genocidio”, “crímenes de guerra”. Tampoco se exigió responsabilidades, por el contrario, se empleó una neutralidad que al final se vuelve cómplice.
Culminar este texto resulta sumamente complicado, por lo que prefiero hacerlo con las palabras del pastor Munder Isaac sobre lo que ocurre en Gaza:
“Ya no se trata de Palestina. Se trata de nuestra humanidad colectiva. Porque el nunca más se ha convertido en otra vez. Cuando me preguntan dónde estaba Dios en medio de un genocidio, siempre digo que es la pregunta equivocada, porque no se trata de un terremoto ni de un huracán, es el mal cometido por seres humanos contra seres humanos (…) Vivimos en un momento en el que, probablemente ahora, todas estas convenciones de derechos humanos y el derecho internacional podrían carecer de sentido. Nos encaminamos hacia la ley del más fuerte. Hoy, es Palestina. Dios sabe quién será el siguiente”.

